domingo, 17 de enero de 2010

REGALE DISCOS: DISCO ES-CULTURA!!

....Disco es cultura?

La aparente crisis de los soportes y su contrapartida en la bajada de música por Internet vienen poniendo en jaque a las discográficas, pero fundamentalmente a las disquerías. Aquí, la opinión y las propuestas de tres referentes del mercado local.

Por: Eduardo Ipcar

FERNANDO PAU: " Seguramente quedarán unas cuantas disquerías de las que yo llamo ‘de autor’".

Los discos de acetato o pasta, que funcionaban a 78 rpm (revoluciones por minuto) existieron entre 1895 y 1948; o sea, 53 años. Se vendían en mueblerías, ya que los fonógrafos y los primitivos "combinados" se concebían como muebles. La disquería más antigua –que todavía sobrevive– es Spillers Records, fundada en Cardiff, Gales, en 1894, con el objeto de vender cilindros grabados, los primeros fonógrafos y, posteriormente, discos de pasta. Luego, desde 1948 a 1979, reinaron los discos de vinilo, girando como simples a 45 rpm y como discos de larga duración (por su capacidad de almacenar hasta casi 45 minutos por cara), a 33 1/3 rpm; o sea, 31 años. Con ellos, los equipos y los discos pasaron a venderse en las casas de electrodomésticos y, más adelante, en negocios especialmente pensados para la venta de discos, a los que se llamó disquerías. Allí, también se vendieron otros formatos: los hoy desaparecidos cassettes –que tenían la ventaja de poder ser utilizados para la grabación casera– y los magazines, que no prosperaron. Llegó el turno de los CD, aún vigentes aunque en franco retroceso. Las disquerías todavía existen, pero los CD también empezaron a ser vendidos en librerías, supermercados, estaciones de servicio y quioscos de diarios. Pero, a partir de la popularidad del sistema MP3 –que permite la compresión del audio y la eliminación del soporte material–, instaurado en 1995, el CD empezó a considerarse innecesario y la música empezó a ser "bajada", legal o ilegalmente, de Internet. Entre este momento y el anterior –ése que promocionaba al CD como un instrumento eterno para la conservación de la música– median 17 años, lapso que desciende cuando se considera el reinado del MP3: si contamos desde 2002, con la aparición de otros sistemas de compresión más efectivos –tales como el Windows Media Audio y el Ogg Vorbis–, habría durado apenas 7 años.

Todos esos cambios fueron impuestos por las mismas empresas propietarias de las compañías discográficas, que pasaron así a competir consigo mismas, exigiendo cínicamente a los gobiernos legislaciones que las protejan de la piratería a la que alientan con nuevas tecnologías. Pese a todas estas dificultades, los vinilos –ahora convertidos en objetos premium como los CD– sobreviven. Pero los ejecutivos de las discográficas hablan de crisis porque las ganancias son menores que las que se obtenían cuando todo un catálogo de títulos ya amortizados se lanzaba al mercado a precios varias veces superiores a sus costos de producción. Para peor, sin ninguna racionalidad, las discográficas desplazaron a la gente del mundo de la música y del disco, y contrataron a administradores de empresa, que además de carecer de una cultura general adecuada, desconocen el negocio. Tal fue el caso de ese gerente comercial, venido de la industria de los guardabarros, que en una reunión de directorio de su compañía preguntó quién era Chico Buarque, para saber si por sus ventas reducidas valía o no la pena editarlo en el país.
Sobrevivientes

"En los últimos 20 años el negocio de los discos cambió –señala Carlos Revich, desde hace dos décadas propietario de Piccolo & Saxo, disquería de barrio ubicada en Santa Fe al 3500–. Antes, se vendían vinilos y hoy, CD. Tampoco existían sistemas de copiado tan sofisticados como los de ahora y, por lo tanto, en la calle no se veía gente vendiendo discos 'truchos'. En otro orden, las disquerías eran más. Después vinieron las grandes tiendas que, parecía, se iban a quedar con el mercado, pero ahora se están cayendo en todo el mundo. Entonces, cuando las discográficas empezaron a ver que las dificultades para comercializar la música iban en aumento y que su negocio se les achicaba, volvieron a prestarnos atención a los pequeños comerciantes. Sin embargo, los pocos que quedamos en este rubro no llegamos a cubrir sus expectativas –que nunca tuvieron la menor realidad– porque este mercado no puede responder jamás a las ganancias que las discográficas pretenden.

-¿Qué podrían hacer conjuntamente las discográficas y las disquerías para resultar más atractivas?

-Siempre y cuando las compañías deseen que todos nos salvemos, tendríamos que mejorar los precios. Se podría considerar que hay discos ya amortizados por los que no se puede pedir lo que se pide. Pero además del precio, está el valor agregado que se le otorgue al disco y que lo haga más interesante que la simple bajada de Internet. Hay discos que se venden con un buen libreto, otros que tienen una presentación espectacular y deseable, otros que vienen con una entrada a un recital. Internet no podría competir contra eso. Luego, desde el Estado, habría que articular mecanismos adecuados, como la eliminación del IVA. Es paradójico: uno va a ver el show de Serrat y de Sabina y no paga IVA por el espectáculo, pero si se quiere comprar el disco de ese show, hay que pagar el IVA. ¿Cómo se explica? Con los discos habría que hacer como con los libros, que no pagan ese impuesto.

Para Revich la única forma en que una disquería como la suya pueda sobrevivir pasa por la atención: "Es necesario desarrollar un fuerte vínculo con el cliente". La opinión es compartida por Fernando Pau, dueño de Abraxas –probablemente la mejor disquería especializada en rock de la Argentina y desde hace 26 años ubicada en el primer piso de la galería de Santa Fe 1720–, quien agrega: "Las disquerías van a tener que acomodarse a las nuevas cifras de consumo, que, por supuesto, son mucho más bajas que hace unos años: las cadenas se están fundiendo. Seguramente quedarán unas cuantas disquerías de las que yo llamo 'de autor', que tendrán que aguzar el ingenio trabajando sobre los diferentes formatos, desarrollando un buen sitio online que permita ventas por Internet. Es cuestión de irse preparando y ver cuál es la estrategia que más se acomoda a cada uno, y considerar asimismo acotar las expectativas sobre las eventuales ganancias. En la medida en que también se vendan discos usados, el porcentaje se modifica a favor del disquero. Ahora, hay que ser claros: si se le planteara la pregunta a alguien que estudia ciencias económicas, poniendo a su disposición toda la información, seguramente respondería que tener una disquería no es un negocio. Es, más bien, un modo de vida. Los discos hoy son eso. El que hoy compra no lo hace porque ignora cómo bajar la música de Internet. Lo hace porque le gusta sentirse parte de algo". Cuando se le pregunta a qué llama "disquería de autor", Pau se apasiona: "Es la que tiene claramente una dirección y, por lo tanto, una identidad que refleja los intereses del dueño. No es una disquería calcada de otra que uno vio, sino una armada sobre la base del conocimiento propio. Creo que hay muy pocas. La mía lo es. También Utopía (de Rosario), o Rockabilly y Bonus Track (ambas en la galería de Corrientes, entre Libertad y Talcahuano); también, El Agujerito (en la Galería del Este) y, claro, para el jazz, la mejor es Minton's (en Corrientes 1382, local 26)". El dueño de esta última, Guillermo Hernández, con más de veinte años en el negocio, es menos optimista: "Yo creo que van a convivir varios formatos, pero todo depende de la manera en que eduquemos a las nuevas generaciones. Porque la compra de discos, a esta altura, ya tiene bastante que ver con el coleccionismo. Y esto es igual para la música clásica, el jazz y el rock, que son todas músicas 'viejas', con historia. El tema, con todo, es complicado, porque las mismas compañías incitan a la gente a que baje la música y suministra elementos para hacerlo sin pagar. Pero, si no hay venta, no hay música. Mal que les pese a los músicos, si no hay productores pagados por las compañías y si no hay compañías que inviertan, tampoco hay discos ni bajadas ni nada. Dicho de otro modo, la música es un negocio. Y convengamos que una producción errática no constituye un mercado. La cuestión está en el tipo de gente que ahora maneja las compañías. Hay mucha gente que trabaja de lo que no sabe. El fenómeno no es local, sino que se da en todas partes."


El objeto fetiche

Dos noticias fueron publicadas simultáneamente: una, la baja, en Francia, del 17,8% en las ventas de CD, DVDs y vinilos, para el primer semestre de 2009, con respecto al mismo período del año anterior; la otra, que los Beatles vendieron, en apenas cinco días, 2,25 millones de CD con su discografía completa remasterizada. Los dos hechos parecen hablar de universos diferentes. Y, sin embargo, no es así.

Los datos confirman que los discos se venden cada vez menos. Pero una serie de grabaciones producidas casi medio siglo antes –algo inimaginable en la época de los Beatles– vienen a poner un matiz nuevo a la cuestión: el disco demuestra tener intacto su alto poder como fetiche, pero parecería que lo que se graba ahora no está a la altura de ese valor. Los modos de consumo de los integrantes de los clubes de fans de grupos y solistas pop –e incluso de la llamada música tropical argentina– coinciden con esta hipótesis. En la mayoría de los casos se manejan con discos piratas y con bajadas de Internet, pero cuando se trata de sus ídolos compran –u obtienen de alguna manera– los discos originales. Y si se vuelve a la noticia aparecida en Le Monde hay otro dato significativo. En los repertorios de música clásica y jazz la disminución de ventas es considerablemente menor que en los otros géneros. La mala noticia es que es de esos otros géneros de los que las grandes compañías discográficas viven.

Los usos más populares –los que dan mayores ganancias– tuvieron que ver en décadas anteriores con el disco simple, que hoy encuentra su correlato en la descarga por Internet. El disco seguirá atrayendo a quienes piensan a la música como un preciado objeto de escucha, si es que las compañías no terminan de perder definitivamente el rumbo. Porque por un lado está la propia pérdida de terreno del CD y por otro la falta de astucia para lograr –mediante la gráfica, la información, la originalidad del repertorio o la calidad de las interpretaciones– que la gente quiera comprarlo.
Diego Fischerman escritor y crítico musical

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/01/14/_-02115972.htm

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