Hay abundancia de biografías rockeras. Relatos en primera persona, charlas y abordajes ayudan a reconstruir una cultura fascinante.
Germán Arrascaeta
Siempre hubo limitaciones para que las biografías del rock anglosajón se tradujeran al español. Y no sólo eso: siempre hubo limitaciones para que éstas, luego, se publicaran en países en vías de desarrollo del mercado hispanohablante.
Pero la veda terminó. Según el diario español El País, todo responde a una necesidad puntual: la libre disponibilidad de música en la Web generó una profunda necesidad de que alguien les cuente la historia del asunto. Vaya paradoja, mientras tal situación está terminando con el disco físico, genera ansias de consumo de libros con peso promedio a 700 gramos. Y así es que, por ejemplo, que la editorial RBA lanzó al mercado tres títulos “pesados” y de modo simultáneo. Crónicas. Volumen 1 (Bob Dylan), Cash (Johnny Cash y Patrick Carr) y Brother Ray (Ray Charles y David Ritz).
La de Dylan tiene la particularidad de que no se trata de una charla con un interlocutor que, posteriormente, oficia de editor. Dylan escribió su biografía con pulsión literaria, poniendo su pluma desafiante al servicio de la desacralización del mito que lo consagra como “el” cantautor de la contracultura y “el” símbolo de la canción disconforme.
Si bien describe espacios y situaciones con precisión notable, Dylan no es un cruzado en favor de los detalles. Por el contrario, batalla contra la necesidad de complacer a partir de reconstrucciones de sus grandes highlights. Y se mete con discos importantes para él, con relaciones relevantes para él, como la que mantuvo con el productor Daniel Lanois en la creación del disco Oh Mercy.
Las biografías de los fallecidos Johnny Cash y Ray Charles, ambas realizadas en colaboración, se revelan al lector como los guiones de sus respectivas biopics: Johnny & June, pasión y locura y Ray. Son relatos repletos de anécdotas, que sirven para entender cómo la industria del entretenimiento pasa factura. A fin de cuentas, todo se trata de trabajar duro y “colocarse” para poder afrontar tal exigencia.
Además, estas biografías autorizadas permiten interpretar cómo el negocio musical, o el impacto de un arte superior, troca marginalidad por bienestar económico. Porque tanto el Johnny Cash como Ray Charles fueron niños-jóvenes pobres devenidos en emperadores del show bizz.
Ambos contaron sus historias ya como consagrados, desde la placidez que otorgan la experiencia y una reivindicación oportuna: Cash fue redescubierto por Rick Rubin, quien lo puso a que tome clásicos del rock & pop contemporáneo para llevarlos a su registro de black folk; Charles erigido con justicia como el santo patrono del soul.
Michael, completo
La magia, la locura, la historia completa es la biografía más profunda y seria publicada sobre Michael Jackson. La afrontó el periodista J. Randy Taraborrelli, amigo de Michael, y la publicó a seis meses de la muerte del genio, lo que llevó a que el escritor cargue con el mote de “oportunista”. El acierto de Taraborrelli es que la cercanía que ostentaba con el genio no lo paralizó a la hora del abordaje de temas espinosos: abuso paterno, megalomanía, abuso de menores; todos. La lógica es de respaldar cada capítulo con datos, testimonios. Aun cuando podría haber caído en la tentación, Taraborrelli evita el autosuficiente “yo estuve ahí y estoy aquí para contárselos”.
Sandro, de afuera
Sandro, el fuego eterno, del periodista porteño Mariano del Mazo, reconstruye la historia del artista que empezó como rocker más complaciente que contracultural y se desarrolló como cantante melódico. Del Mazo lo hace de modo franco y ameno, y sin dejar de confesar que, pese a ser de otro palo, cayó rendido ante los modos del “Gitano” en un show del conurbano.
Cosquín Rock, de José Palazzo, sobre el festival que fundó con Héctor Emaides, es un entretenido anecdotario que puede abordarse en horas. Su valor agregado: Palazzo no deja títere con cabeza cuando se refiere a quienes le pusieron piedras en el camino. Y también hay lugar para una ligera autocrítica. Ligera, pero autocrítica al fin. Produce Víctor Pintos.
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